domingo, 28 de julio de 2013

De por qué me caen más simpáticos los francotiradores que los fotógrafos de recitales.

Por empezar, y para establecer el ánimo con el que les escribo estas palabras, estimados fotógrafos, les comento que me parece un tanto de mal gusto eso de encaramarse al escenario obstaculizando la visión del público, como si formaran parte del show que vinimos a ver. Si tienen necesidad de protagonizar algún espectáculo, ¡adelante! Lo iría a ver con todo gusto, quizás sería una experiencia interesante ver a un montón de fotógrafos sacándose fotos los unos a los otros en una orgía de flashes. En cambio en un recital ajeno, el que estén gatillando sin parar resulta como mínimo una interferencia entre los espectadores y el objeto de nuestra expectación. ¿Es necesario sacar mil trescientas cuarenta y ocho fotos en un show de una hora? Si lo que pretenden es registrar CADA momento a lo mejor es más conveniente filmarlo.
Otro asunto es el de las mochilas. Esas mochilas gigantes que llevan adheridas a sus espaldas y de las que no parecen tener conciencia, ya que se mueven para todos lados chocando impunemente al resto de las personas como si fuéramos cosas que no merecen ni que les pidan permiso ni que les pidan disculpas por empujarlas con todo ímpetu.
Concretamente y para terminar de despacharme, les pido que sean bien educados y que afinen la puntería.

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